martes, 19 de abril de 2011

SIN TETAS NO HAY PARAÍSO (ò la configuración del gusto según Bourdieu aplicada a un trauma infantil)

Con 13 años viví una experiencia en el colegio público en el que estudié la EGB, de la que iba a sacar algunas conclusiones...

Había una chica que iba un curso por debajo del mío que con 12 años ya usaba sujetador. Era una niña rubia con una estatura normal pero con las tetas mucho más desarrolladas que las niñas de su edad y que incluso algunas mayores.

Esta niña, que se llamaba S. fue consciente rápidamente de los beneficios que sus tetas le reportaban: chicos de trece o catorce años a sus pies, total sumisión de las chicas de su edad, envidia de chicas populares mayores que ella pero con menos tetas, etc. En resumen, prestigio social.

Un día, durante la media hora del recreo, que era de once a once y media, me llegó el rumor de que S. iba a enseñar las tetas en el aseo de chicas que había en la parte trasera del patio, así que fui corriendo a ver si podía ver algo.

Cuando llegué, la puerta estaba taponada por la gente. Intenté asomarme un poco, pero miré a mi alrededor y comprobé aterrado que no estaba por allí ninguno de mis amigos. Tampoco estaban los amigos de mis amigos. Comprendí al instante que ese espectáculo no lo podía presenciar cualquiera. De hecho, no había nadie en el aseo que no perteneciera al estrato social de los más populares. Y esto, inevitablemente, nos obligaba a los demás a situarnos con respecto a ellos.

Este hecho nos hacía conscientes a todos de nuestro lugar en la Estructura Social del colegio.

Evidentemente, a mí no me correspondía estar en ese lugar en ese momento. 

Ni siquiera intenté asomarme. Me di la vuelta y volví con los míos.

Desde entonces tengo especial predilección por las tetas más bien pequeñas.



jueves, 7 de abril de 2011

ILUSIONISMO

Recuerdo que de pequeño siempre iba con mi familia a pasar los fines de semana a la casa que teníamos en el campo.

Un viernes por la noche, nada más llegar, cuando estábamos bajando del coche le pregunté a mi madre si podía gritar con todas mis fuerzas, que me apetecía mucho.

Mi madre sonrió y respondió que por supuesto. Que era libre para hacer lo que tuviera ganas de hacer.

El domingo de ese mismo fin de semana, al regresar a la ciudad, cuando ya estábamos entrando en casa, pregunté de nuevo a mi madre si podía gritar con todas mis fuerzas, que me apetecía mucho.

Al decirle esto le cambió la cara y me respondió inmediatamente que ni pensarlo, que si quería que nos tomaran por locos.

En ese momento no entendía qué diferencia podía haber con la ocasión anterior si realmente se trataba del mismo acto.

Estaba empezando a comprender, sin saberlo, la importancia del contexto en el significado de las cosas.

La clave de (casi) todo.